Tomando
como punto de partida para la presente reflexión “síntomas de una inadecuada gestión gerencial” en donde
el propósito es llamar la atención sobre algunos comportamientos que no
contribuyen en la construcción de un equipo de trabajo que genere valor en sus
resultados, me permito ahora tomar algunos de los síntomas allí mencionados
para dar alcance a la necesidad de reconocer que ser gerente no es un cargo
únicamente, es un permanente desafío que reta a su ocupante a crecer como ser
humano pero especialmente que obliga a reconocer que no basta ser nombrado en
el cargo, es preciso encontrar y desarrollar las competencias que lograrán
convertirlo en un ejecutivo que transforme la realidad empresarial y que lo
convierta en protagonista de la competitividad en los nuevos tiempos que corren
y que están signados por la globalización y la tecnología como expresión de la
innovación.
Una
gestión gerencial deficiente se caracteriza:
Existe
poca planeación del trabajo que realizan con los equipos de trabajo. El arte de
la improvisación exige mucha preparación y planeación, es una realidad que
muchos gerentes antes que la reflexión prefieren el activismo que los lleva a
ignorar la necesidad de hacer un pare y recoger los aprendizajes del camino
recorrido. El equipo recibe las órdenes y los protocolos de actuación, pero no
encuentran oportunidades formales para compartir con sus compañeros de viaje
empresarial el resultado de su trabajo. El trabajo en equipo no se hace en
función de un resultado previamente concertado donde cada jugador tiene clara
su responsabilidad y sus resultados. Los gerentes que no planean navegan por
las peligrosas aguas de la incertidumbre y traen como consecuencia un equipo de
colaboradores dispuestos a la tarea pero que desconocen el final del camino y
el sentido de lo que hacen.
Casi
nunca se reúnen con personas del equipo para organizar el trabajo. Reconocer y
valorar el talento del equipo no solo es un acto de humildad por parte del
gerente, es su obligación articular las tareas que les permitan alcanzar los
resultados propuestos, es preciso identificar las fortalezas de los integrantes
del equipo de trabajo y hacer que el talento existente sea puesto al servicio
de resultado esperado. Reunirse implica reconocer que las respuestas no están
en una sola persona y sin duda es la mejor expresión de la conveniencia de
separar el QUÉ del CÓMO, en este sentido el QUÉ se expresa en términos del
resultado esperado y vendrá de la alta dirección o de los ejecutivos
responsables de hacer cumplir los propósitos definidos por la empresa, sin
embargo será el “CÓMO” el que determine la mejor estrategia para el desarrollo
de la gestión en los equipos de trabajo, es ahí donde aparece la figura de un
gerente capaz de tener en cuenta las opiniones, sugerencias y recomendaciones
de quienes integran el equipo de trabajo en razón a que son precisamente ellos
los que pueden apoyar el trabajo propuesto.
No se caracterizan
por ser puntuales y cumplidos en sus compromisos con clientes internos y
externo. Este comportamiento se convierte en anti testimonio para las
exigencias futuras que se quieran a hacer a los integrantes del equipo de
trabajo. Adicional a esto se va creando la fama que afecta la reputación y la
credibilidad del gerente. El respeto es un valor que suele ser requerido
unidireccionalmente, es la oportunidad para invitar a los ejecutivos para que
asuman que el tiempo es valioso también para el que pacientemente espera a ser
atendido.
Pocas
veces evalúan los resultados de su trabajo y el de su equipo. Pasar de un
proyecto a otro sin evaluar es permitir que la mediocridad se vaya apoderando
de la gestión que se realiza en la organización, las personas no saben si están
haciendo un buen trabajo o no, en muchos casos sabemos de personas que fueron
despedidas sin que nunca se les hubiera hecho ninguna retroalimentación sobre
su desempeño. Este punto es una invitación a reconocer que es necesario valorar
y medir la gestión del equipo de trabajo pero también de cada una de las
personas que podrán mejorar y ajustar la manera como hacen las cosas.
Hace
mucho que no toman un curso de actualización sobre los temas relacionados con
su trabajo. Lamentablemente nos encontramos con altos ejecutivos de empresas,
incluso de renombre, que nunca tuvieron tiempo para actualizarse formalmente,
han asumido la posición de que “para eso contrato gente que sabe” y han
abandonado la necesaria actualización y esto hace que poco a poco vayan
perdiendo vigencia en el mercado. Estos ejecutivos se convierten en dogmáticos
reproductores de prácticas ya desactualizadas que entran en conflicto con todos
aquellos que traen nuevas ideas y teorías que, eventualmente, podrían situar a
la empresa en la ruta de la competitividad. Este tipo de gerentes confían más
en el pasado exitoso que en el incierto futuro en el cual quizá ya no aparezcan
como protagonistas.
No
establecen relaciones con personas de otras áreas o empresas para hacer mejor su
trabajo. El aprendizaje organizacional pasa por el conocimiento que se tiene
sobre las prácticas (sin que sean las mejores) que se llevan en otras
organizaciones e incluso en otras dependencias de la misma organización. Darse
la oportunidad de visitar, conocer, comprar e inter actuar con la competencia
es una necesidad que nos permitirá recapacitar sobre nuestras propias prácticas
empresariales. Identificar modelos y sistemas de trabajo en otras áreas o
empresas permitirá una actualización permanente de la gestión gerencial
Sus
decisiones no son rápidas y en ocasiones tampoco son acertadas. Uno de los
factores de éxito de la labor gerencial tiene que ver precisamente con la
capacidad que tienen los ejecutivos en las empresas en explorar los factores
que afectan una situación particular y a partir de la misma ser capaz de asumir
una posición y tomar las decisiones que considere oportunas. La duda, la
indecisión y la incapacidad de mantener una decisión sitúa al gerente en el
reino de la inseguridad, de tal manera que el resultado de sus decisiones
genera en el equipo de trabajo re procesos y alarga los tiempos de ejecución.
Buena parte del éxito de los ejecutivos tiene que ver con el reconocimiento de
que sus decisiones han sido, no solo acertadas sino también oportunas y por
tanto tomadas en el momento requerido. El equipo de trabajo espera entonces que
sus directivos tengan la capacidad de reaccionar adecuadamente ante las
contingencias que se presentan en la gestión cotidiana y en los giros del
mercado.
Los
llamados de atención los hace en público sin medir las consecuencias de ello.
Uno de los grandes temores de los colaboradores es que se les llame la atención
en público y aún más si se trata de alguien que ejerce algún cargo de
responsabilidad. Ser descalificado ante sus compañeros genera susceptibilidades
que llevan al resentimiento y a rencores que más adelante podrán ser
evidenciados en otros contextos. Los jefes que llaman la atención en público a
sus colaboradores están mostrando su propia inseguridad y la incapacidad de
establecer espacios de diálogo que permitan valorar y retro alimentar los
hechos que llevaron a las equivocaciones de las cuales se hace el reclamo.
Llamar la atención es una responsabilidad de los jefes y se convierte en una
oportunidad de crecimiento individual y colectivo pero, de nuevo, es imperativo
reconocer la forma como se hace, los llamados de atención deben perseguir el
propósito de mejorar una situación dada y no debe ser la representación de un
ataque a la persona como tal. Cuando no se hace un adecuado manejo del llamado
de atención se pueden estar incubando futuras experiencias agresivas y
negativas en la relación jefe colaborador.
Pocas
veces reconocen en los demás el trabajo bien hecho. La felicitación, el reconocimiento,
valorar un trabajo bien hecho y demás expresiones donde se aplaude el esfuerzo
y el resultado parece que están ausentes en el repertorio gerencial de algunos
directivos, sin embargo sabemos que la labor empresarial es producto del
desempeño de las personas que asumen la responsabilidad de hacer realidad la
visión y la misión. Los planes de motivación deben entonces orientarse a
generar una cultura que sabe que vale la pena comprometerse no sólo con la
tarea sino también con el resultado. Los gerentes que no reconocen que son sus
colaboradores los que aportan y contribuyen en la ejecución de la gestión están
promoviendo que poco a poco se cree un ambiente donde se trabaje por la ley del
menor esfuerzo y donde los que hacían de su trabajo una experiencia de
crecimiento entren en la cómoda rutina de la “ley del menor esfuerzo” y en la
peligrosa “zona de confort” y por tanto la mediocridad de la empresa tendrá en
ellos a sus representantes. En la labor gerencial conviene estructurar planes y
programas orientados a reconocer que vale la pena el esfuerzo, integrando a
todos los colaboradores y no sólo aquellos que están en frente al cliente y que
tienen más posibilidades de recibir el aplauso externo.
Sus
tiempos de trabajo dependen más de los horarios y que de los resultados. La
labor gerencial, por lo general, se caracteriza por ser, real y contra
actualmente, un cargo y función de “manejo y confianza”, lo cual significa que
el horario no es su límite en la gestión, como si lo son los resultados para
los cuales fue contratado, sin embargo también encontramos niveles directivos
para quienes el tiempo de trabajo es lo más importante, en este sentido vale la
pena recordar que el tiempo es la oportunidad de ejecutar la gestión
encomendada pero no su término. Caso contrario a los cargos operativos a
quienes, incluso por la ley laboral, es preciso respetarle los horarios y si se
superan los acuerdos legales deben ser compensados económicamente. El gerente
está trabajando todo el tiempo porque se entiende que sus funciones tienen
alcance táctico y estratégico para la organización.
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